sábado, 17 de septiembre de 2011

Estaciones equivocadas

Lo notas. Lo sientes. Ya nada es lo que era. La ilusión está perdida. Sabes que algo va mal pero no sabes cual es la solución. Vivimos por y para la intriga.

¡Sorpresa!

Entonces todo ha acabado. Y tú solo deseabas, como la niña que desea aquella muñeca de porcelana, que fuesen insólitas fantasías de tu mente. Que el suave deseo de volver a amar había podido contigo. Pero no, una vez más te solidarizas sosegadamente con Soledad. Sin duda alguna te vuelve a abrir las puertas con una grata sonrisa. ¿Grata o Piadosa? ¡Es indiferente! Me tuvo aprisionada por dos años en su terreno hasta que me escapé sigilosamente. Sin decir nada. Y no se de que manera, pero hoy me ha vuelto a encontrar. Y me hallo otra vez aquí, con los ojos de cristal y con lo que me queda de corazón. Se ha vuelto a derrumbar tras estar 730 días cerrado por reformas. ¿Tiempo perdido? ¡No! La caída ha dolido pero no ha sido dura. Se llama Costumbre. No se como ni porqué pero me ayuda a ver todo de una manera distinta. Con más calma. Le debo mucho. Ella lo sabe porque siempre está ahí, no falla.

Y entonces mientras escribes estas descosidas palabras, Esperanza se pone a jugar con tu mente. Busca motivos. Motivos para retroceder, no sufrir y pensar que nada es así. Que la felicidad está frente a ti y que simplemente te pueden las ganas locas de vivir por horas, por días, junto a ese fresco amor. Y te hace entender que debes hacer las paces con tu gran enemiga llamada Paciencia. Aquella que siempre dejas en el último tintero.

Aún así sigo sin saber quien es víctima de esta confusión.

Quizás toda la culpa sea mía. Cierto, lo es. Pero ¿Cual es el problema? Me volví a ilusionar sin pensar en el ayer y mucho menos en el mañana. ¿Dónde está la malversación? Me sentía preparada para volver a querer. Si. Me engañé a mi misma. Pensé que tomarme unas vacaciones en este ámbito me sentarían igual de bien que le sienta el sol a la blanca piel de un veraneante en tierras caribeñas. Pero no he viajado. Siempre me he quedado en la estación equivocada. Necesito más tiempo para aprender a subir en cada tren y saber bajar en la parada apropiada. A tiempo. No olvidarme las maletas en el trayecto anterior. Es inevitable. Siempre me entretengo viendo a aquella pareja despidiéndose con una abrazo caluroso y un dulce beso. Y saben que se van a volver a encontrar.

A mi nadie me acompañó a mi última estación. A mi nadie me echará de menos. Y es que sigo sin saber cuando y por qué pero noto que te has ido y aún estás aquí.