viernes, 15 de enero de 2010

AIMAMI




No me importaba ni el porqué, ni el cómo, pero ese precioso paraíso era solo mio. Allí donde la brisa fresca destemplaba mi cálida y morena piel era donde conseguía olvidarme de todo, de todo aquello que era como puñaladas hacia mi sensible corazón. Tan solo tenía que buscar un lugar congestionado de soledad para que sirviera de pasaje hacia "Aimami". Así había nombrado a aquella isla imaginaria, la cual era el refugio magnífico cuando mi vida real era atacada por colosales tempestades.
Todo era precioso: la playa de blanca arena, aguas cálidas y cristalinas y largas palmeras que a veces servían para esconderme de la luz que iluminaba el cielo. Aquella isla era el lugar idílico de encuentro para los amantes. Aunque yo me había apoderado de ella para todo lo contrario.
Cada vez que llegaba a casa del bufete, me despojaba de los zapatos y directamente me dirigía hacia la acogedora cocina, para refrescar mi paladar con aquel rico vino de origen italiano denominado "Canei", mientras me relajaba de aquel fatídico día. Por primera vez perdía un importante caso y era algo que tenía que asumir. Yo sabía que mi vida estaba inestable desde el día que Oscar, mi secretario, había dejado aquella nota en mi amplio escritorio que decía: " Te han llamado, pero dicho señor no me ha facilitado su identidad. Tan solo a dejado una serie de palabras que tu enlazarías: Pétalos blancos, puerto, yate." El volver a recordar esas palabras en mi mente, hizo que aquella botella de vino desapareciera en menos de lo esperado. No podía ser. Ahora no. Aquel hombre que en el pasado me había hecho la mujer más feliz y a su vez desdichada, volvía al futuro como así me había prometido en nuestra adolescencia.
Aunque no pasábamos por nuestro mejor momento, mi marido acababa de llegar a casa. Para no tener que enfrentarme a él, cuando el cenaba yo emprendía camino hacia la ducha, y cuando él se dirigía hacia el baño central, yo ya me hallaba en la cama durmiendo. O mejor dicho, hacía que dormía.
El fin de semana lo habíamos aprovechado para reencontrarnos con la familia, asique fueron dos días que se pasaron con brevedad. Sinceramente tenía ganas de que fuera lunes, para llegar al bufete. Aquel era el lugar idóneo que me servía de pasaje hacia "Aimami", antes de que llegaran los demás empleados.
Ya era el cuarto "ring" y no entendía porqué Oscar no respondía la llamada, asique decidí hacerlo yo. Mi "Diga" fue seguido de un largo silencio. El corazón empezó a latir a una velocidad preocupante, ¿Sería él?.
"Hola", aquella voz era inconfundible, era él. Pensé en colgar, pero huir no era típico en mi. Sin darme cuenta ya llevábamos más de media hora de conversación entre risas y lágrimas, todo eran recuerdos y más recuerdos. Había decidido aceptar aquella invitación, más que nada, porque diez años atrás él me había advertido que dicha llamada surgiría en mi futuro y yo le había prometido que aceptaría.
Me dejó una serie de pistas que yo tenía que seguir. Tardé mas de una hora en descubrir aquel gerogrífico, y menos mal que mi compañera me brindó ayuda."Luque", compañera y gran amiga. Era quien estaba en todos aquellos momentos dificiles de mi vida y era la que me incitaba a hacer este tipo de locuras.
Un vistazo al reloj.Las siete de la tarde y me encontraba en el puerto frente aquel majestuoso yate. Todo era tal y como lo había imaginado. Me dispuse a entrar y allí estaba. Por primera vez después de aquel gran periodo de nuestras vidas sin vernos, nuestras miradas se volvían a encontrar y como siempre yo no la había podido resistir. Esa mirada siempre había sido mas penetrante que la mía. Me sentía niña otra vez, me agonizaban las ganas de volverle a besar, pero solo tuve que leer las palabras del silencio. Me agarró de la mano y nos dirigimos hacia la proa del yate que era la mejor zona para visualizar aquel atardecer.
Lo que tan solo había sido un juramento de niños se había echo realidad. Y yo ciertamente volvía a ser feliz.
No me importaba ni el porqué, ni el cómo, pero ese precioso paraíso era solo mio. Allí donde la brisa fresca destemplaba mi cálida y morena piel era donde conseguía olvidarme de todo, pero esta vez acompañada. Ahora aquel yate atracaba en aquella isla cada atardecer.Ahora aquel paraiso era real. Ahora... volvía a ser yo.

jueves, 7 de enero de 2010

El orden de los sentimientos

Al fondo del desván, encontré aquella larga y estropeada escalera de madera que cumplía los requisitos necesarios del utensilio que buscaba para ordenar mis sentimientos. Lo tenía todo planeado, todo escrito en aquella mugrienta lista que había realizado en la cara posterior del último tiket de compra: "Amor, amistad, familia, soledad, alegrías, tristezas..." solo me quedaba poner un poco de orden y ubicar cada sentimiento en el peldaño oportuno. Tal y como lo había pensado, aquella caja mas pesada, lacrada por tres herrumbrosos candados, se alojaría en el último peldaño, allí donde nadie pudiera llegar, ni husmear. Allí donde ni yo misma pudiera acudir en los momentos de mayor tristeza y nostalgia. Me levanté en busca de un boli para borrar de aquella lista el primer sentimiento ya guardado y el mas importante para mi: AMOR. Pero aun quedaban varias bomboneras,un par de cofres y un joyero que utilizaría como cajas para esconder o conservar los sentimientos restantes. Este primero había sido sinceramente escondido.
¿Bombonera o baúl? ¿Cuál resistiría más para guardar la AMISTAD? Sin dudarlo dos veces tomé aquel viejo y estropeado baúl, pero grande y seguro, para colocar a todas aquellas personas que adoraba y que quería conservarlas de por vida. Me llevó varios minutos sellar y colocarlo dos escalones más abajo de la primera bombonera. Pero.. ¿ porqué había preferido colocar en lo más alto de la escalinata aquellas dos cajas? Me senté a meditarlo encima del plástico que envolvía el anticuado canapé con destellos dorados que yo misma había colocado allí hace un par de años, al cambiar la decoración de la acogedora salita de estar.
Sin saber porqué, escuchaba de lejos como alguien pronunciaba mi nombre una y otra vez. Cada vez dicha voz se notaba más cerca acompañada de un movimiento brusco en mi hombro derecho. Me había quedado dormida. Se me había olvidado la comodidad que proporcionaba el maldito canapé y mi madre me ayudó a sobrevivir de aquel profundo sueño que se estaba adueñando de mi. Tan solo me trajo un par de cuerdas y sogas que le había pedido antes de emprender mi camino hacia el desván.
Claramente AMOR y AMISTAD estaban en los último peldaños porque era algo que valoraba demasiado. Algo que nunca quería perder, ni sus recuerdos, ni a la gente que protagonizaba junto a mi esos sentimientos.
Cogí aquel precioso joyero que me habían regalado hace tiempo, y que ya no utilizaba porque en mi cumpleaños pasado había recibido como obsequio de mi hermana mayor uno nuevo. Quería guardar en el algo importante por la belleza que desprendía con esa pedrería azul, roja y verdes flores. Sin pensarlo metí en el a la FAMILIA y lo coloqué abajo, en el primer escalón. Allí donde cada vez que yo quisiera acudir a el, no tuviera dificultades para cogerlo. Porque lo último que siempre queda, realmente es la familia.
Ya tan solo me quedaban un par de bomboneras en las cuales metí el resto de sentimientos y los coloqué desordenadamente en los peldaños vacíos del medio de la escalera. Le dí el último bocado al trozo de roscón de reyes que mi madre me había traido junto al resto de cosas que le había pedido, coloqué bien el plástico que tapaba el anticuado canapé, me di media vuelta y una vez en la puerta observé por última vez como habían quedado ordenados mis sentimientos. Apagué la luz y me despedí durante un tiempo de aquel trabajo que me había ocupado toda la tarde, el cual sabía que tarde o temprano tendría que volver a ordenar.